El balance de la última EPA del año 2018 viene a constatar con gran detalle la realidad de Cantabria. Nuestra región ha rebajado la tasa de actividad durante el pasado año un 1,56%, quedando fijada en el 54,29%. Con respecto a la media estatal, nuestra región sigue perdiendo actividad, situándose en 4,3% el diferencial, un 1,37% más este ejercicio.
Las mujeres son las que, según la EPA, están tirando la toalla en pretender seguir activas. En sólo el último año, la tasa de actividad de éstas cayó un 3,3%, situándose en el 47,7%. Estos datos parecen no corresponderse con el aumento de ocupados, en más de 6.000 personas y la consiguiente reducción de parados. La explicación está en que el sector que en los últimos 12 meses ha tirado del empleo, y consigue maquillar las cuentas, ha sido la construcción. Tres de cada cuatro empleos neto creados han sido en obra pública, por la cercanía electoral, y en la rehabilitación, fundamentalmente. El sector servicios, y concretamente el turismo, parece que ha tocado techo y ha cerrado el año con 600 ocupados menos que el ejercicio anterior. Por su lado, el aumento del consumo exterior hace que la industria aguante y crezca su empleo en 1.100 personas.
Por tanto, la EPA nos señala una Cantabria que pierde fuelle económico. La población activa se reduce un 2,5% en un solo ejercicio y es la mujer la que pierde, -6,1%, por la fuerte masculinización del sector que produce actividad en este momento.
Para USO, no es una buena EPA. Las debilidades de nuestra región quedan una vez más en evidencia. Es evidente que el mercado laboral está precarizado y que hay que combatirlo, pero apunta en la misma gravedad que nuestra región es cada vez más vieja, da menos oportunidades a sus jóvenes y esto provoca un déficit de dinamismo que más pronto que tarde colapsará toda expectativa de un futuro económico sostenible. Por ello, celebrar esta EPA sería hacerse trampas al solitario.