En los conflictos largos suele suceder que la última rama que pasa por nuestros ojos nos impide ver el inmenso bosque. En Sniace, tras casi 4 años de tramitación maquiavélica  de una situación cuyo origen, no hay que olvidarlo, está basado en las implacables leyes del mercado, aparece un acuerdo laboral a modo de bálsamo de Fierabrás.

El ERE que ahora parece concluir con el documento definitivo y rubricado con fotogénicos e “históricos” apretones de manos y sonrisas,  comenzó  en enero de 2013. En ese momento, Sniace comenzaba una serie de expedientes que como denominador común estaban motivados por la inviabilidad de la empresa. El precio de mercado de la celulosa había caído en picado en el año 2012, de los 2.700 $/Tm en su pico más alto a los 850 $/Tm. Por su parte la fibrana seguía sus mismos pasos, de 2.300$/Tm a 1.500$/Tm. Esta situación, las deudas acumuladas, una falta de competitividad endémica, la entrada en servicio de una mastodóntica depuradora y su costoso mantenimiento, provocó que la deuda del Grupo Sniace se disparase a cotas inasumibles. La consecuencia  inmediata, en la primera mitad del año 2012, hubiera sido la solicitud de concurso para defender la empresa, algo que como ya es sabido no ocurrió. Se dilató esta situación de manera irresponsable, y en nuestra opinión presuntamente delictiva, hasta el verano de 2013. Por el camino, un siempre oportunista Mezquita, intentó “cargar el muerto” a una Ley energética del Gobierno popular. Esta situación nos llevó a la tramitación de un ERE de extinción en septiembre de 2013, con un pasivo de 200 millones. El mismo que se intenta ahora transaccionar, es decir, reescribir. En este lugar poco honorable nos había colocado el mercado.

 El fracaso estaba urdido por una  calamitosa gestión de Blas Mezquita que en los mejores momentos se puede calificar de equilibrio del caos y el  resto simplemente un despropósito de un carísimo gerente, que mientras conducía a la quiebra a la compañía se iba enriqueciendo sin pudor alguno. En su mérito reconocer que ha sabido leer perfectamente la baja autoestima que padece nuestra región y que le ha permitido jugar a su antojo con sus sentimientos y necesidades. El fracaso estaba trenzado de una falta de competitividad notable. Es decir, el mercado nos había expulsado porque ya desde hacía mucho tiempo éramos unos “outsiders”.

La solución a este problema en 2013 era (y es) negociar una salida provisional y buscar un inversor dentro del sector, que pudiese reintroducirnos en el mercado. Por ello, una vez comprobado que el resto del comité estaba mentalmente instalado en la épica de la revolución obrera del siglo XIX, USO dio un paso al frente. La negociación ante la familia Liaño era necesaria y por eso  propuso una solución. En descargo de Miguel Gómez de Liaño hay que decir que no engañó a nadie, “off the record” insistió que o había un acuerdo con sacrificios o la plantilla estaba despedida. Solo desde la más absoluta desidia de los aparatos de las centrales sindicales se puede explicar lo ocurrido. Cargar la responsabilidad al comité de empresa de aquel episodio sería simplificar mucho lo sucedido. Unos obreros se pueden sentir por unos días Braveheart, pintarse la cara con colores de guerra y  gritar  “todos o ninguno”, pero esto, lógicamente,  no puede jamás  echar abajo una empresa.

Vuelto el hijo prodigo tras su baja médica, se propuso que su destino no estaba escrito en un carné de parado. Durante 3 años ha ido aprovechándose de una comarca  postrada y entregada al que prometía traer la poción mágica capaz de revivir  el cadáver. Todo tiene un precio y ser curandero sanador  le ha reportado casi 1 millón de euros en este tiempo. Idas y venidas, “históricos” acuerdos y promesas de curación total, le sirvieron para llegar a este tiempo. Qué importa que donde dijo digo dice Diego. Qué importa que los históricos acuerdos resultasen ser “papelucos”. Qué importa que especule con acciones y se suba el sueldo. Total, qué importa que nos tome el pelo si su bálsamo puede funcionar. ¿Qué podemos perder?

Pasado el tiempo, se carece de inversor, porque Mezquita ha impedido históricamente que nadie del sector entre en Sniace ya que sabe que cuando entre por la puerta él sale por la ventana. El llamado plan industrial no es más que un remiendo. Las fábricas que deben obrar el milagro  son las mismas que perdieron 20 millones de euros en su último año, más tres años de herrumbre añadidos. El mercado de la celulosa sigue sin tocar fondo y coloca  la competitividad de Sniace tan inalcanzable como para un obrero el salario de José Manuel Colio. Con este panorama, la firma de un acuerdo laboral, que a la postre no es más que un trágala más para los hastiados obreros, es recibido con gran  alborozo político y social. Como la sal y el romero que devolverá a la cenicienta Sniace a los brazos del mercado. Ahora queda rezar ochenta Ave Marías y ochenta Padre Nuestros para que este bálsamo de Fierabrás surta efecto y no resulte ser, como apunta, un laxante.

Sección Sindical USO-Sniace

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