El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. He tomado prestada esta aguda frase, con permiso del insigne inglés del bombín y eterno cigarro,  para intentar introducir un nuevo enfoque al manoseado asunto del AVE.

La realidad española, tanto en su vertiente política como económica, ha cambiado sustancialmente de la de aquel 23 de abril de 1720, fecha en que entró en vigor un reglamento que introdujo la centralización de los caminos. Recién resuelta la Guerra de Sucesión Española, el primer monarca Borbón, Felipe V, creó un modelo de Estado vertical donde Castilla era el eje vertebrador de la nueva España.  Un solo poder, una sola lengua,  y un solo punto de referencia y convergencia, Madrid. Un modelo, que en el tema que nos ocupa, ha permanecido casi invariable en los últimos  300 años. Desde entonces los intereses administrativos y políticos han priorizado un sistema radial de las comunicaciones.

Aunque en estos momentos sea también otro Borbón, otro Felipe, el que  reina  en España, la realidad  es muy distinta. La Constitución del 1978 puso negro sobre blanco que España es algo más que Castilla y unos territorios  periféricos. Y fruto de ello se han llevado a cabo fuertes inversiones en infraestructuras transversales con el objetivo de cohesionar los diferentes territorios. Llegados a este punto, y pensando en la disponibilidad presupuestaria,  no debe resultar muy arriesgado afirmar que en estos momentos de racionalización de las infraestructuras, éstas deben realizarse no con criterios políticos ni administrativos sino de eficiencia económica, es decir, dirigidas hacia los corredores de la actividad productiva.

Si tomamos este último criterio como válido y situándonos en la Cantabria actual cabe hacerse la pregunta ¿Hacia donde interesa a los cántabros aproximarse? Si observamos nuestro entorno  comprobamos que la actividad productiva tiene un fuerte referente en la vecina región vasca. Una comunidad  formada por 2,1 millones de habitantes que lidera el ranking del PIB español con 29.959 euros, un 28% más que el que disfrutamos los cántabros. Sin ir más lejos, en la provincia limítrofe con Cantabria, Vizcaya, habita la mitad de toda la población vasca y mantiene una pujanza económica envidiable con parques tecnológicos de envergadura. Al otro lado del País Vasco, regiones como  Aquitania o Navarra van dibujando  caminos de óptimas oportunidades para el desarrollo de Cantabria. Si miramos al oeste  de Cantabria nos encontramos la Asturias central, que aunque venida a menos, mantiene una fuerza económica innegable tanto en sector  industrial como de servicios.

Dejándonos conducir  por ese recorrido de oportunidades vamos dibujando el área, que en términos económicos, le es más propia a Cantabria, y que corresponde a la llamada España Atlántica.  Una región europea que aunque comparte  muchas similitudes e intereses, su relación  se ha vivido de manera secundaria dada la atracción centrípeta estatal.

Y para prueba un botón. Esta área ha visto culminada la terminación de la autovía a su paso por Unquera hace escasas semanas. Una gran obra que llega con más de 25 años de retraso y que no deja lugar a dudas que las comunidades del Norte, a pesar de tener tantos intereses en común, siguen mirándose de soslayo. Si en carreteras de gran capacidad llegamos con varias decenas de años de retraso, en infraestructura ferroviaria el retraso acumulado es de un siglo. La calidad del servicio interregional de la FEVE es simplemente un insulto para gallegos, asturianos, cántabros y vascos. Se puede decir que esa línea férrea separa más que une a la España atlántica.

Por tanto, ahora que vuelve el periodo electoral y con toda seguridad retornará como las golondrinas el viejo debate del AVE castellano, trufado de presuntos agravios en un indisimulado intento de arañar un puñado de votos, es también un buen momento para centrar la discusión y pensar  qué es lo que realmente necesita Cantabria. Es evidente que existe una necesidad de mejora de la obsoleta línea férrea que une Santander con Palencia y eso debe ser una prioridad en estos momentos, pero como se ha intentado explicar a lo largo de este artículo, los proyectos estratégicos en nuevas infraestructuras que atañen a Cantabria tienen que responder a ese escenario económico que es  la España Atlántica,  y del cual los cántabros formamos parte  en el corazón de la misma. La conversión de la FEVE en una línea de velocidad alta que no solo sirva para  acercar entre si a los casi 5 millones de personas que  habitan este territorio si no que además nos sitúe más cerca del nuevo epicentro socioeconómico que es la UE, es más que nunca una necesidad que seguro agradecerán las próximas generaciones. Y es que mantener viva la polémica del AVE en estos momentos responde a  posturas  populistas de políticos de poco empaque y  con un único horizonte, el electoral.

Justino Sánchez Gil

Secretario de Relaciones Institucionales y Comunicación de USO Cantabria.

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