Medido en términos de PIB por trabajador, la economía española y por ende la cántabra, ha alcanzado ya la misma productividad que Alemania.Lo malo es que el modo de lograrlo ha sido desmantelando cientos de empresas, enviando a la cola del paro a miles de cántabros y deteriorando de forma indigna las condiciones laborales de los que tienen  la suerte de tener un trabajo. Así las cosas, solo hay dos modos posibles de que esa enorme cantidad de personas desesperadas vuelva a tener un empleo alguna vez en su vida en condiciones objetivamente decentes. La primera es que, igual que hicieron sus abuelos, emigren en masa hacia el norte de Europa u otras latitudes. La segunda, que las industrias cántabras que aún no hayan sido destruidas  mejoren su productividad dando lugar a un aumento de su dimensión. Ni la bajada de salarios, ni los impuestos, ni la famosa rigidez del mercado laboral, ni el racionamiento del crédito, ni el presunto tamaño elefantiásico del Estado autonómico, ni la falta de emprendedores, ni la “casta”. El gran problema de Cantabria es la productividad, un concepto basado en la calidad y la excelencia. O como lo define la EPA (agencia europea de  productividad) una actitud mental que busca  una constante mejora de lo que existe ya. Requiere esfuerzos continuados para adaptar las actividades económicas a las condiciones cambiantes y aplicar nuevas técnicas y métodos

La productividad es un pilar fundamental de la industria,  y este sector es el que marca la diferencia entre una sociedad de bienestar sostenible y el sálvense quien pueda de los pueblos subdesarrollados. Ejemplos no nos faltan en uno u otro sentido. Dentro de nuestro país podemos emular al País Vasco, la región con menos desempleo de España gracias a su apuesta histórica por la industria, o podemos imitar a Canarias, comunidad volcada en el monocultivo del turismo gracias a unas condiciones climáticas envidiables pero que ostenta unos de los records nacionales de desempleo con una tasa del 32%.

Sin querer menospreciar a este sector económico hay que decir que sirviendo cañas de cerveza en chiringuitos de playa, vendiendo camisetas turísticas, o gastando ingentes cantidades de dinero en teleféricos u otros proyectos de escaso valor añadido, se antoja difícil, muy difícil, lograr una economía que sea capaz de sostener y respaldar la sociedad que todos queremos para nosotros y nuestros hijos. Claro que, fabricando maquinaria de precisión  en una nave industrial, la cosa cambia y mucho. Eso si, volver a la industria significa volver a la política industrial, esa de que tanto se habla pero que no se concreta.  Dejar al albur del libre mercado la solución de las cosas  como pretenden algunos no suele dar resultado. Todos los países del mundo, empezando por Estados Unidos (que destina cada año el 22% del presupuesto nacional a la industria) y terminando por nuestros socios de la UE (caso de Francia con su plan “Nueva Francia Industrial” dotado con 3.700 millones de euros de inversión pública) intervienen de un modo u otro para impulsar la industria propia.  De ahí que sea más que necesaria una apuesta política decidida por una Cantabria industrial adaptada a los tiempos. Las primeras  condiciones para este cambio de rumbo son relativas a la  actitud y aptitud. La actitud hasta estos momentos de los diversos gobiernos hacia la industria  no ha sido muy activa si no todo lo contrario, de tal manera que han situado a políticos menores, por decirlo de alguna manera, en esas responsabilidades,  creando un problema de aptitud que lastra la industria y que  sigue sin resolverse en la actualidad. Y ya sabemos que lo que no mejora tiende a empeorar.

La industria tiene que ser una protagonista en la acción de Gobierno y desde luego unir en la misma consejería Turismo e Industria no ayuda en absoluto. Una política industrial activa debe promover desde las diferentes administraciones, entre otras cosas, la creación  de cluster industriales, agrupando esa tejido productivo que por su escaso tamaño es casi imposible que puedan acceder a nichos de mercados externos y por tanto hacerles más fuertes y menos vulnerables   a los periodos de crisis. La experiencia nos dice que la microindustria ha sido la primera victima de los vientos racheados de la falta de crédito y caída de la demanda interna.

Toda la sociedad debe implicarse en la apuesta por la industria. Y un pacto social es la mejor formula. La acción  público-privada (Gobierno-Universidad-empresas y sindicatos) en el desarrollo de agrupaciones industriales en sectores donde nuestra industria regional es todavía referente, tales como la automoción, la metalurgia o la química, es un reto que merece la pena realizar. En definitiva, reconstruir sobre  esos sectores que hemos demostrado capacidad, sin obviar otros donde, por nuestras características, podamos ser competitivos. Incrementando la dimensión de nuestro tejido productivo, la internacionalización  y  la innovación tecnológica, hallaremos el verdadero camino de la productividad y la calidad y con ello un empleo estable y bien remunerado.

Todo lo demás se antoja redundar en los errores de siempre. Cantabria  debe  ser infinita pero para todos los cántabros y eso pasa por la industria.

Agustín Herrera Pérez

Secretario General Federación de Industria USO-CANTABRIA​

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